Ya
había pasado una hora de viaje, miraba de nuevo el paisaje a través
del ancho cristal del vagón. Sentada en mi asiento, apoyando las
manos en mis rodilla, respirando suavemente. Más relajada de lo que
había estado antes. De repente, me vino un leve mareo.
-Iré
al baño, me he mareado un poco.-sonrío a Imai.
-Está
bien, es el segundo vagón siguiente a la izquierda.-me devuelve la
sonrisa.
-Vale.-sonrío
y salgo.
El
primer vagón al que pasé, parecía sacado de una película de la
época victoriana. La pared era un extenso estampado de flores rosas
con un fondo amarillento. Los asientos estaban bien cuidados y no
había mucha gente; solamente una pareja y una señora mayor. Pasé
intentando no mirar y que no se fijaran en mi cara de asombro, pero
la señora me cogió de la mano e hizo que girara bruscamente.
-Perdona
joven...¿Te importaría darme el abanico que hay al lado de esa
joven?-dice mientras lo señala.-Se lo presté pero no me lo quiere
devolver...
-Claro.-sonrío
amistosa mente y me acerco a la pareja.- Disculpe...
La
chica parecía una mafiosa, era cejijunta, con el pelo pelirrojo
largo y tenía una gran masa corporal. Un tanto amargada y su
voz...era muy grave.
-¿Que
quieres?-dijo mirándome de arriba a abajo con cara amargada.
-El
abanico de la señora...-dije señalando lo.
-No
te lo voy a dar...¡Vete!
-.salté
del grito que pegó, pero no me moví e intenté volver a
convencerla.-Necesito que me de ese abanico...
Se
levantó de un salto, viendo como los grandes michelines como botaban
al notar el impacto de la velocidad. Me empotró contra la pared,
noté como sus grandes y sudadas manos rozaban mi cuello.
-Suéltame...-le
dije mirando la seriamente.
-¿No
tienes miedo?-comenzó a reírse.-me las pagarás.
-No
me asusta la gente como tú.-le dije con un tono de voz que daba un
poco de miedo.
Me
quitó las gafas y las tiró al suelo, dejando me sin buena vista. Le
miré enfadada, de un golpe rápido contra su pierna hice que se
agachara, dejándola inconsciente en el suelo. Cogí el abanico y se
lo dí a la señora.
-Gracias
cariño.
-De
nada señora.-sonreí dulcemente, recobrando mi personalidad tímida
y dulce.
Salí
de aquel vagón, ya no notaba el mareo así que me dirigí de nuevo a
mi antiguo vagón, me di cuenta de que cada uno estaba inspirado en
una época y justamente el nuestro, era el peor de todos.
Abrí
la puerta y saludé a Imai, el cerró el libro y se acercó a mí.
-¿Y
tus gafas?
-Me
caí y se me rompieron, pero no pasa nada, llevo lentillas.-Me las
puse como si no pasara nada.
-No
me mientas por favor...he escuchado ruidos. ¿Te has peleado?
-El
secreto de una mujer nunca se dice.-le dije guiñándole el ojo. Y
así pasamos otra hora de espera. Tenía muchas ganas de llegar.
Demasiadas creo.